Por: Tito Menendes

“Llegó el sábado a la noche. Estamos un tanto tensionados; acomodamos la ropa en el bolso. Medias, short, remera, toalla. Repaso mental de lo que debemos llevar para que nada nos falte. Mañana puede ser un gran día. Si, quizás podamos bajar nuestro mejor tiempo en los 10 kilómetros. Según figura en el aviso de la carrera son 10 kilómetros certificados. Estamos inquietos porque nos damos cuenta que no vamos a poder irnos a dormir tan temprano como quisiéramos. Cuando por fin vamos a la cama nos cuesta un tanto conciliar el sueño.

Suena el despertador (¡un domingo  de invierno a las 7 de la mañana!). Ya sabemos de antemano que nuestros vecinos y algún habitante de nuestra casa piensan que estamos medio locos. Pero lo asumimos. De alguna manera sabemos que esto nos hace distintos. Y quizás por ello nos afirma en nuestra personalidad (lo cual no es poco).

Apenas un vaso de agua, unos mates o un jugo de frutas, y con el estómago semivacío rumbo a la carrera. Ahí nos encontramos con los conocidos de siempre y muchas caras nuevas. Previo a la señal de largada escuchamos las quejas de costumbre: “creo que no voy a poder hacer una buena marca”; “¿seguro que son 10 kilómetros exactos?”. Pero ya solo faltan los últimos e interminables minutos.

¡Disparo de largada!, lanzamos nuestro cronómetro y automáticamente desapareen esas angustias previas. Estamos en carrera con la magia que eso significa. Salimos muy rápido (pensamos) y tratamos de regular la marcha pegándonos a alguien que conocemos en su rendimiento o bien controlando nuestro tiempo con los kilómetros marcados. ¡Si supieran todos los organizadores la importancia para un corredor de poseer marcas exactas en cada kilómetro!

Pasamos los kilómetros y aparece un punto en la carrera en que pensamos que es mucho lo que falta y va a ser difícil mejorar nuestro tiempo. Nos dan aliento los espectadores y también algún conocido que acabamos de pasar. Estamos dando todo lo que nuestro físico puede y aún más. Esa es la esencia de la carrera de fin de semana en un barrio cualquiera: se juntan unos cuantos amantes del atletismo de fondo para entregar todo lo que pudieron acumular en su entrenamiento diario. Y brindarlo así, desinteresadamente para saber nosotros mismos de lo que somos capaces. Y también, porque no decirlo, para dar un ejemplo hacia fuera (sobre todo lo que somos veteranos) de que el deporte amateur sigue siendo escuela de vida.

Pero seguimos en carrera, ¡ya estamos en el kilómetro 8 y puede ser que bajemos el tiempo! ¡Si, Km. 9 y si aguantamos, la carrera es nuestra! Vemos el cartel de la meta. ¡A dar el resto! Si lo logramos, 23 segundos menos que nuestro record. ¿Cómo hacerle comprender a quienes no corren nuestra íntima satisfacción? No puedo transcribirlo en letras. Pero se que los que esto leen me comprenden. Volvemos a casa con una sensación y satisfacción indescifrable. Y pensamos en un próximo domingo para que la magia se repita.”

Comentarios